Somos valencianos. Perseguimos a las bandas de música por la calle, perdemos el oremus disparando petardos y tracas, se nos salta una lagrimita cuando vemos a la Virgen del pueblo salir en procesión, si nos juntamos unos cuantos montamos enseguida una filaeta, nos divertimos en las verbenas hasta caer rendidos y si se tercia, nos tiramos tomates unos a otros para celebrar la fiesta mayor de la localidad. Con todo esto y mucho más, Sol Picó ha hecho un paquete y lo ha convertido en un maravilloso espectáculo titulado “Animal de séquia”. No podía llamarse de otra forma.
Si usted quiere explicarle a un vecino de Oslo o de Vic cómo somos los valencianos, le bastará con que lo invite a ver el último montaje de la bailarina Sol Picó. La propuesta se mueve en ese inmenso territorio sentimental que va desde los despliegues maquineros de Chimo Bayo al nudo en la garganta de una Muixaranga inolvidable. “Animal de séquia” es algo más que un montaje de danza contemporánea; “Animal de séquia” es un reflejo perfecto de cómo somos las gentes que vivimos en este rincón del Mediterráneo: ruidosos, gritones, exagerados, contradictorios y amantes apasionados de los colores, de los bailes y de las músicas.
No podía tener mejor inicio la Mostra de Teatre d’Alcoi de este año. Sobre el escenario del Calderón una apabullante demostración de poderío escénico, con una banda de música y un cantante incluidos. “Animal de séquia” era una sucesión de impactos visuales y sonoros, que continuamente eran interrumpidos por los aplausos de un público instalado en el asombro permanente desde el minuto uno hasta el final. El montaje es un viaje por el alma valenciana y por las emociones de un país, vistas a través de sus celebraciones más queridas y de sus fiestas más tradicionales. Sol Picó hace el recorrido desde la más absoluta libertad y presenta la obra con una potencia y con un atrevimiento que acaban convirtiéndola en una experiencia difícil de describir.
Coreografías rompedoras, una escenografía espectacular y música en directo se confabularon en una tarde calurosa de primavera en Alcoy. La Mostra empezaba en medio de un paisaje de espectadores con los ojos abiertos como platos, incapaces de explicar lo que habían visto y lo que les había entusiasmado. El “Animal de séquia” seguía dando vueltas en las cabezas varias horas después, mientras se intentaba en vano aterrizar en la realidad.