Desde que empezó el coronavirus, el contacto físico entre personas está mal visto e incluso se han acotado las distancias por decreto ley. Esta circunstancia, que para los ingleses y para la suecos no supondría ningún problema en su vida cotidiana, es un auténtico fastidio para la gente mediterránea, que cada vez que nos encontramos con alguien por la calle nos dejamos llevar por nuestra tendencia secular e irrefrenable al toqueteo, al beso, al abrazo, al apretón y a la palmadita en la espalda. Quinta jornada triunfal del confinamiento, las cosas empiezan a ponerse duras.
Una reflexión sin respuesta. Las personas que un día encontraron un empleo en Mercadona, Hiperber o en cualquier comercio de comestibles de la ciudad nunca pensaron que en algún momento de sus vidas estarían encuadradas en un sector estratégico de un país metido en una grave crisis. Se suponía que este calificativo era más propio de un agente de la Policía, de un bombero, de un médico, de un comandante de puesto de la Guardia Civil o de un sargento de los boinas verdes. Sin comerlo ni beberlo, cajeras, reponedores y carniceros se han visto situados en la primera línea del frente de batalla. No es raro que estén cada día más tensos; por debajo de sus mascarillas y de sus gestos de cansancio se adivina un clamoroso “qué hecho yo para merecer esto”.
Llega San José y es tiempo de buñuelos. Pregunta inevitable: ¿las churrerías y buñolerías ambulantes se considerarán bares y estarán cerradas o se considerarán establecimientos de venta de artículos de primera necesidad?. El asunto pinta mal y todo parece indicar que el que quiera disfrutar de estas delicias de fritanga tendrá que preparárselas en su propia casa. Aumenta el temor de que la legendaria señora que se llevó 300 flanes de Mercadona haya hecho acopio de varias toneladas de harina, levadura y aceite, para dejarnos a todos con un palmo de narices buñoleras.
Miércoles, 18 de marzo, hoy toca doble ración de balcones. A las ocho, aplausos y cacerolas para apoyar al personal sanitario, que lo está dando todo. Una hora después, cacerolada y pitos para acompañar al discurso del Rey, que ha tardado una eternidad en dar señales de vida en medio del desastre. Por lo visto y por lo oído en la noche alcoyana, crece el número de personas que consideran que Felipe VI empieza a tener serios temores en torno a la continuidad de su empleo. Esta crisis no respeta ni a los intocables.
Propuesta festera. Dado que ya empezamos a cogerle el tranquillo el asunto éste de los balcones y que el confinamiento va para largo, propongo que el próximo día 21 de abril tomemos balcones, ventanas y terrazas para entonar a voz en grito el “Nostra Festa ja”. 60.000 alcoyanos atronando hasta el último rincón de la ciudad serían un espectáculo inenarrable, que saldría en todas las televisiones. El Ayuntamiento podría tener un detallazo y enchufar la enramada festera.