Frase fundamental en el proceso de crianza de los niños alcoyanos. Bajo esta metáfora zoológica se escondía una orden tajante, en la que uno de los dos progenitores (ya fuera madre o padre) exigía a su hijo que pusiera tierra de por medio o como dicen los castizos “que corra el aire”.
Estamos ante un auténtico espantaniños gramatical. Cuando a un chaval de Alcoy su padre le soltaba el “a volar el colom!”, sabía que tenía que esfumarse con rapidez. No hacían falta grandes conocimientos de colombofilia para saber que el vuelo de este misterioso palomo era una forma amable de decirnos que estábamos molestando y que en esos momentos precisos, nuestra presencia no era grata.
Esta construcción tenía una gran utilidad cuando la conversación de los mayores entraba por unos derroteros especialmente delicados y difíciles de explicar para las mentalidades infantiles. Un “a volar el colom¡” aseguraba la rápida desaparición de la chavalería y permitía a sus padres continuar la conversación, disfrutando de una absoluta impunidad para quitarle la piel a tiras a fulanito o a menganito. También se solía apelar a la frase de una forma más genérica, simplemente para sacarse los niños (solos o en grupo) de encima en unos momentos en los que estos habían entrado en una de esas inaguantables fases de pesadez infantil.
Los niños inteligentes sabían que esta orden paterna debía de cumplirse con eficiencia y prontitud, ya que cualquier intento de remolonear podía verse seguido por un bonegó directo nada metafórico o lo que es peor, con un humillante y alcoyanísimo batecul que dejaba herido el orgullo de la retaguardia.
Hay que subrayar que esta hermosa composición semántica está perdiéndose poco a poco. Las nuevas tendencias de la educación y la proliferación de esos padres “coleguis” que les explican sus decisiones a sus hijos de tres años como si fueran estudiantes de universidad, están acabando con el romántico vuelo de aquel colom omnipresente las infancias de los cincuentones y los sesentones.