Aunque inicialmente pueda parecer que esta construcción gramatical describe la relación contractual existente entre un aficionado al masoquismo y un/una profesional de la fusta y del cuero, la frase tiene en Alcoy un significado mucho menos erótico. Cuando un alcoyano habla de “pagar pa patir” está describiendo una situación de decepción, está hablando de un artículo o de un servicio que le ha costado una notable cantidad de dinero y que a cambio sólo le ha dado disgustos.

La vida del ciudadano de a pie está llena de momentos en los que se cumple la fatídica frase de las tres pes. Los restaurantes de altísima cocina, con menús básicos de 400 euros por persona, son lugares perfectos para recibir los efectos del “pagar pa patir”, ya que se sale de ellos con hambre de lobo estepario y con la sensación de que un cocinero con un piquito de oro nos ha robado la cartera. El mundo de las vacaciones, tan cercano en la memoria, está lleno de momentos “pagar pa patir”, en los que pueden aparecer hoteles repugnantes pagados a precio de Ritz, casas rurales ubicadas al lado de un maloliente vertedero comarcal o excursiones insoportables en autobús con compañeros de viaje que se saben el catálogo completo de chistes de Arévalo.

El urbanismo alcoyano está lleno de ejemplos de “pagar pa patir”. Las aceras marmóreas de San Nicolás costaron una fortuna y siguen provocando resbalones y fracturas de pierna con el mismo entusiasmo del primer día.

El tren Alcoy-Xàtiva es, sin ningún género de dudas, el auténtico culmen del “pagar pa patir” alcoyano. Uno se gasta el dinero como si fuera a subir en un ferrocarril normal y a cambio obtiene un viaje interminable a Valencia a velocidad de tartana y la experiencia única de correr por la estación de Xàtiva para hacer el transbordo.