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Punto de vista
Hacia el agotamiento por exceso de épica
Casi dos meses después de la derrota del 28-M, a la izquierda valenciana le sobran lamentaciones y rasgamientos de vestiduras, mientras le faltan análisis rigurosos
Javier Llopis - 12/07/2023
Hacia el agotamiento por exceso de épica
Imagen de una recreación de la Batalla de Almansa

De vuelta a la épica tras un miserable paréntesis de ocho años. Las sufridas gentes de la izquierda valenciana volvemos a apelar al drama y al espíritu de resistencia. Es como una maldición. Es una fascinación patológica por la derrota, que debió empezar allá por los tiempos de la Batalla de Almansa. Un meritorio del más cutre PP zaplanista y una cuadrilla de cavernícolas de Vox nos birlan la Generalitat delante de nuestras narices y nos devuelven a los días de la sangre, del sudor y de  las lágrimas, que en la anterior ocasión duraron exactamente dos décadas. Un Consell, que estaba gobernando razonablemente bien y que había desarrollado una gestión sensata,  acaba borrado del mapa por una oleada nacional de ruido y de furia conservadora, que nada tiene que ver con lo que se está guisando en estas tierras. Un ejemplar pacto de partidos progresistas pasa al archivo de la Historia, mientras crece el convencimiento de que la Comunitat Valenciana es una especie de Galicia mediterránea, condenada a regresar siempre al mando y ordeno de los gobiernos populares.

Un torero de conseller de Cultura, una sectaria ultracatólica de segunda autoridad del país y un interminable catálogo de “joyas” de la política calentando banquillo para entrar en el nuevo gobierno autonómico. Cada mañana, la cocina conservadora nos proporciona una buena paletada de motivos para rasgarnos las vestiduras y nosotros picamos con fuerza, ya que parece que sentimos un enfermizo gustillo por vernos escandalizados por las tropelías del enemigo. Las mejores plumas progresistas del Cap i Casal ya han iniciado el canto del gorigori y compiten en sus artículos a la hora de mostrarnos la que  se nos viene encima. Internet es una inmensa “llorería”; en la que miles de voces del progresismo entonan un estéril grito de guerra, que suena parecido al clásico “antes rota que doblá”. Es como si hubiéramos regresado a aquel lejano 1995, en el que las tropas de Zaplana desembarcaron triunfales en los despachos del Palau, dispuestas a poner patas arriba nuestra lengua, nuestras señas de identidad y hasta el último rincón de nuestra administración pública. Es como si hubiéramos regresado a aquel lejano 1995, en el que los partidos de izquierdas empezaron un cursillo de oposición que se prolongó por espacio de cinco legislaturas interminables.

Aunque la tentación de sucumbir a los encantos de la poética figura del perdedor sea grande, hay un significativo sector de la izquierda social valenciana que ya está harto de cantar la heroica y de vivir instalado en los grandilocuentes terrenos del espíritu de sacrificio y de la lucha permanente. Necesitamos como agua de mayo un material escaso en un país más dado al aspaviento que a la reflexión: la normalidad. ¡Sí, exactamente, esa misma normalidad que ha hecho posible que dirigentes del PSPV, de Compromis y de Podemos gestionarán con espíritu práctico un gobierno autonómico durante ocho años, desatascando los inmensos desastres legados por el PP, abriendo nuevas vías de esperanza para el futuro, superando una pandemia mundial y dejando al margen sus diferencias para construir una Comunitat más justa y más decente!.

Casi dos meses después de la traumática derrota del 28-M, a la izquierda valenciana le sobran lamentaciones y le faltan análisis rigurosos. Por exceso de uso, los más viejos del lugar estamos absolutamente hartos de una literatura bélica, que explica cada derrota apelando a la maldad intrínseca del adversario y a la bondad angelical de los nuestros. Los más viejos del lugar queremos un drástico cambio de métodos por parte de una izquierda institucional más partidaria de mirarse el ombligo que de solucionar los problemas. Queremos caras nuevas, actitudes nuevas e ideas nuevas. Queremos que se analicen los errores y que se abran debates serios para corregirlos. Queremos que desaparezca el cainismo suicida de los partidos y que sus cúpulas encuentren caminos sinceros de colaboración antes de que esto se convierta otra vez en un desierto de pensamiento único. Queremos, en fin, acudir a las urnas con una cierta ilusión de victoria y no con la sensación angustiosa de no saber por dónde nos va a dar la derecha la próxima hostia.

NOTA ABSOLUTAMENTE PERSONAL. Cuando el PP de Zaplana llegó al poder (1995), yo tenía 37 años; cuando regresó la izquierda a la Generalitat habían pasado 20 años y yo había cumplido 57. Ahora, soy un pensionista de 65 años y si la política valenciana sigue sus ritmos tradicionales, cuando los partidos progresistas vuelvan a gobernar la autonomía, seré un “entrañable” anciano de 85 tacos, usaré pañales y sonotone y es posible que esté pasando mis últimos días en uno de esos geriátricos privados que desde tiempos inmemoriales han llenado los bolsillos de los padrinos populares. ¡Menudo panorama!.

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